Siempre me conmovieron los destinos perdidos.
Aquellos que debieron haber sido y no lo fueron.
Lo recordé al leer “La monja gitana” de Federico García Lorca.
Alguien podría encontrar en esos versos un bonito retrato que combina la ingenuidad y la pureza de una virgen consagrada a lo divino en el cuerpo vibrante y moreno de una joven gitana.
Yo en cambio vi una gitana que sentía nostalgia por los colores brillantes y las noches de luna, o una monja que forzaba su cuerpo al silencio y a la quietud y a la lectura del breviario, sin entenderlo del todo.
Me pregunto: ¿hasta cuándo la monja gitana seguirá bordando pálidos manteles para la misa ?
El viejo Pascua había sido arriero en sus pagos de Corrientes, pero ahora vivía en una humilde casita de Berisso, cerca de la destilería, desde donde se podía ver la ruta por donde llevaban hacienda vacuna a los dos grandes frigoríficos del puerto. Cuando oía el cencerro y mugidos aislados de los animales se encerraba a llorar en el baño, donde su mujer y sus hijos no lo vieran.
Qué habrá sentido la Juana , traída del campo donde había pobreza pero muchos árboles y un cielo interminable, y plantas de tomate, gallinas y pollitos, y cuando llovía se formaba una laguna de poca profundidad en la que jugaba con sus hermanos, y caballos para trotar y galopar, cuando se vio recién casada en una piecita alquilada en la capital, con un baño y una cocinita, al lado de un hombre bueno y trabajador pero triste y taciturno.
1 comentario:
Me agradó el texto. Me remitió a una novela de Sastre: “si tomo este calle, jamás sabré qué había en la otra. Hay que elegir.” Pero el material de Luisa, marca que “la otra calle” puede recuperarse a través del arte. ¡Está bueno!
Quizá, haya otra lectura “correcta”; de cualquier manera, son núcleos de alta potencialidad literaria.
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